Cuando éramos niños me gustaba juntarme con Manolito Tirado. Dibujaba muy bien, y a riesgo de parecer un interesado, esto permitía asegurarme un sobresaliente en, al menos, una asignatura: dibujo y pretecnología. Con el tiempo observé que, si bien Lolo se manejaba de maravilla con los rotuladores y demás materiales de las clases de manualidades, en muchos de aquellos murales que terminaban expuestos en el corcho del aula, quién andaba detrás era su padre: Paco Tirado Tejera. Una persona aparentemente risueña, de gran robustez, que con el paso de los años terminé por tener buena amistad y cariño.
Manolo Tirado, y Crespo por mamá Leonor, siempre ha sido un artista. Pero nunca lo ha admitido. Ni mucho menos se lo ha creído y diría más... ni le ha interesado. En raras ocasiones ha mostrado en público sus obras. Un ejemplo algunas de las ediciones de Barrunto que organizaban en plena plaza de Mina, entre otras personas, el recordado Julio Malo. Maneja muy bien las acuarelas y en muchas de sus obras trasluce una de sus grandes habilidades -la que por cierto ha sido su carrera profesional durante años: la arquitectura-.
No obstante, cuando más disfruto de sus dibujos es cuando da rienda suelta a su imaginación y desarrolla todo tipo de disparates y diversiones. Conservo alguno de estos. En estos días expone en el bar La Casapuerta (C/ Sagasta nº40). No he podido ir todavía pero intuyo que sus nuevas creaciones mantendrán mucho de lo cotidiano pero con un toque de acidez. Un maestro de la observación de lo sencillo logrando su transformación en algo más complejo a través de distintos materiales. Pueden disfrutar de la exposición hasta finales de este mes.
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