Se acaba de publicar la revista Trocadero nº24. El dossier trata sobre la influencia europea y americana de la Constitución de Cádiz de 1812. Dentro del apartado de recensiones he publicado una reseña sobre el libro ´Ocio y vida doméstica en el Cádiz de las Cortes´ que coordina Alberto Ramos Santana. A continuación os la dejo por si os interesa el tema.
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Portada de la publicación. |
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Ramos Santana, A. (Coordinador). Ocio y
vida doméstica en el Cádiz de las Cortes. Servicio
de Publicaciones de la Diputación de Cádiz, 2012. ISBN 978-84-92717-47-7
Por Santiago Moreno Tello (publicado originalmente en Trocadero, revista del departamento de Historia Moderna, Contemporánea, de América y del Arte, nº24, págs. 207-210).
La Diputación de Cádiz amplía, con una nueva
entrega, la colección ´Bicentenario Cádiz 1812´ que iniciara en 2005 con los
dos volúmenes titulados La vida cotidiana
durante la Guerra de la Independencia en la provincia de Cádiz, tesis
doctoral, a la postre, de Jaime Aragón Gómez. Desde aquel año estudios de
Historia, Literatura y Derecho han convivido tejiendo una nueva red de estudios
que ha ampliado los conocimientos sobre la etapa de la España Napoleónica y el
Cádiz de las Cortes y posterior promulgación de la Constitución de 1812. Y
hablamos de una colección que ha cumplido con lo establecido hace siete años y
en los tiempos que corren, este hecho, no es cuestión baladí.
Como tampoco lo es que este volumen trece
venga de la mano de uno de los mayores expertos en estudios sobre el siglo XIX
español. Alberto Ramos Santana se ha rodeado de un equipo interdisciplinar que
nos ayudan a trazar un horizonte sobre la vida doméstica del Cádiz de las
Cortes.
Comienza la obra con un breve, pero
exhaustivo, repaso a la historiografía que en el último medio siglo ha visto la
necesidad de estudiar no personajes, ni batallas, sino algo más cercano, a la
par que rechazado durante lustros, como es el día a día de nuestros
predecesores. Y para ello comienza el libro con una visión del interior de los
hogares de finales del siglo XVIII, inicios del XIX. Cristina Ordóñez Goded
muestra los distintos estilos mobiliarios que se veían en casas nobiliarias y
burguesas, ya fuese el “Carlos IV” –con permiso del profesor Junquera-, o el
“fernandino”. Tras un repaso al mobiliario español –en su ámbito cortesano o
fuera de él-, el capítulo se centra en la ciudad de Cádiz. Ciudad que quizás no
es válida como ejemplo general en las formas de decoración mobiliaria, respecto
a otras ciudades del interior, empero por su carácter portuaria y cosmopolita,
la hace similar a las principales urbes como Madrid o Barcelona. Basándose en
los estudios de Ramón Solís, Ordóñez Goded nos muestra que la ciudad no sólo
era punto de compra-venta, sino también de producción. Un gran número de
profesionales de la madera salpicaban el trazado urbano de la ciudad. Las
referencias de compra-venta que la autora nos ofrece de El Diario Mercantil nos brindan una visión del contenido de algunas
casas gaditanas. Aunque también pueden ser una pista de un posible mercado que
sirviera para paliar una hipotética mala situación económica de tal o cual
familia. No hay que olvidar, como nos indicará Manuel Ruiz Torres en su
capítulo dedicado a la cocina y la alimentación que, si bien como se sabe, en
la Isla de León y Cádiz no faltaron provisiones, quizás hubo dificultades para
adquirir las mismas. El capítulo se cierra con un pequeño anexo de imágenes que
nos ayudan a imaginar, mejor si cabe, el interior de una vivienda gaditana
durante el asedio francés.
Como una larga transición de la cocina
barroca a una nueva, de influencias extranjeras y del propio interior de los hogares
gaditanos, el autor Ruiz Torres nos presenta su capítulo dedicado a la
alimentación. Al contrario que ocurriera con el asedio de Gerona, en Cádiz el
bloqueo francés no obligó al ciudadano a llevarse a la boca carnes tan poco
apetitosas como la de gato o ratón. Debido en parte a la entrada y salida de
barcos del puerto gaditano, así como la subsistencia de pequeñas huertas en el
istmo que unía a las dos localidades, y a los pequeños corrales (gallinas,
patos o palomas) existentes en las azoteas de las casas gaditanas. Aun así, no
podemos generalizar y encontramos distintos factores que harán producir
distintos tipos de cocina en la ciudad: el económico o el cultural. Sin embargo
Ruiz Torres nos presenta una serie de alimentos que pueden ser denominador
común de la cocina gaditana en época Doceañista. Como por ejemplo el pan, de
tan básico condimento de las sopas. O el vino (a estas alturas no creemos necesario
recordar a la Manzanilla de Sanlúcar como bebida estrella). El aceite, pieza
fundamental de la cocina gaditana frente a la manteca de cerdo más usada en
otras localidades. Cabe destacar también, entre los vegetales, a las papas que
en estos años desplaza, de guisos típicos de la zona, a otros alimentos como el
arroz. Y si un comensal tenía la oportunidad de decidir entre carne o pescado,
no cabe duda, que en el Cádiz de las Cortes se inclinaría por lo segundo. Hasta
tres veces más se consumía dicho alimento en comparación con otras ciudades. Y
no olvidemos el pescado frito que hacía estragos, por ejemplo, en las salidas
de los teatros. Hay un claro antes y después en el mundo culinario en estos
años. La clásica cocina barroca de Martínez Montiño tenderá a desaparecer en estos
años. De hecho la última edición de El
Arte de la Cocina –la primera era de 1611-, se editará en 1823 durante el
Trienio Liberal.
La música tenía un espacio en la vida
cotidiana de los gaditanos de la época. De hecho en el libro dos son los
capítulos dedicados a la misma. El primero a una música culta que nos trae
María Gembero-Ustárroz; el segundo a un estilo musical de musa popular que,
parece ser, tiene su origen en estas fechas: nos referimos al flamenco y es
obra de Faustino Núñez.
La Revolución Francesa influenció de manera
inmensa al mundo de la música. Al menos como se entendía hasta aquel momento.
La creación de himnos patrióticos en pro o en contra de tal o cual
planteamiento ideológico afectó sobre manera la historia de la música. Una de
las nuevas características de la misma será el acercamiento a los ciudadanos a
través de cuatro escenarios: las calles y plazas, los teatros, salones de las
clases acomodadas y las iglesias. Mientras en los primeros servía para hacer
partícipe al pueblo llano de la llamada música culta, en los púlpitos se daba
buena cuenta de los avances de la guerra. Sin embargo el capítulo de
Gembero-Ustárroz tiene su cénit en la presentación del músico y profesor Manuel
Rücker: de ascendencia austriaca, jugó un importante papel en el primer tercio
del siglo XIX gaditano. Y aunque queda bastante por estudiar de su figura, bien
sabemos que introdujo en Cádiz las principales novedades musicales
internacionales. El capítulo se cierra con dos versiones del himno que Rücker
compusiera para la celebración del regreso de Fernando VII a España. ´Nace el
sol´ y ´Presurosos corred, gaditanos´ han sido localizados en la Biblioteca
Nacional de España y fueron interpretados en Cádiz en 1814. De armonía sencilla
contiene un coro que hace pensar que estaba pensado para la participación
activa del público en sus interpretaciones. Al final del capítulo se incluyen
las partituras de la obra.
A continuación, como decíamos, Faustino Núñez
da buena cuenta de sus hallazgos en distintos archivos y bibliotecas en la
última década, en lo que al estudio del Flamenco se refiere. Y lo hace a buena
cuenta de que es Cádiz, de los tres lugares geográficos cuna de dicho estilo,
el menos estudiado con diferencia. Aunque el nacimiento oficial del género se
confirma hacia 1850, multitud de documentos dan que pensar que entre finales
del siglo XVIII, principios del XIX se sientan las bases del mismo. Para ello
Núñez nos habla de la figura del Majo/a. Actitud ante la vida que dibuja a lo
que se puede entender como el personaje flamenco posterior. A esto hay que
añadirle el elemento gitano, tan arraigado en Cádiz y su Bahía al menos desde
mediados del siglo XVIII. Desglosa a continuación el autor las distintas
músicas que, bajo su prisma, cristalizarán poco después en los distintos palos
flamencos. Entre ellos podemos citar los fandangos, las seguidillas –no
confundir con la posterior seguiriya-, las jotas – origen de las alegrías
flamencas-, las tiranas –en desuso desde inicios del siglo XIX-, o los tangos
de ascendencia francesa y americana. Respecto a esto último no debemos pasar
por alto la indicación de Núñez que nos habla de una primera noticia de tangos
gaditanos en la temprana fecha de 1779.
La aparición del toreo moderno o a pie tiene
también su origen en el tránsito del Antiguo al Nuevo Régimen. Y Cádiz posee,
igualmente, un protagonismo de primera magnitud. Todo ello lo vemos reflejado
en el capítulo de Alberto González Troyano. Nos habla el profesor de un
anterior toreo, corrida caballeresca, basado precisamente en los valores
nobiliarios que tenderán a desaparecer con los avances políticos, sociales y
culturales. A cambio se fraguará un espectáculo donde se busca rentabilidad
económica con el surgimiento de nuevas figuras como el asentista o el propio
público como sostenedor del evento. El autor se pregunta por las claves que
sustentarían que una ciudad, tan poco ganadera como Cádiz, sea, junto con
Madrid, pilar de los inicios del toreo moderno. Y todo ello a pesar de esta
característica y otras como la multitud de prohibiciones que rodearon la fiesta
en las décadas Ilustradas. Es llamativa la conclusión de González Troyano
cuando nos habla del ´plebeyismo´. La adaptación, sólo momentánea, y sin entrar
en muchos detalles, de las formas clásicas populares servirá como oposición a
los nuevos estilos europeos.
El libro finaliza con la firma que le daba comienzo:
Alberto Ramos. En esta ocasión nos da a conocer el submundo de las tabernas y
tiendas de vinos. Y lo llamamos así, porque ya Ramón Solís proveyó buena fe de
los cafés, pero apenas se detuvo en estos establecimientos donde se daba buena
cuenta de los vinos dulces y generosos, la manzanilla o incluso la cerveza. El
autor da conocer la cifra de establecimientos en estos años o el nombre de los
regentes así como el número de botas. Lugares, sin duda, de suma importancia
social en el Cádiz de las Cortes. Quizás sin el buen gusto y prensa de los
cafés pero constructora de la realidad que este libro viene a mostrarnos.
Sabedores que faltan algunas muestras del ocio de aquellos años empero atentos
a crear nuevas líneas de investigación que las traigan. Sumamos y seguimos
estos saberes con el gozo de presentarse a cincuenta años vista de aquel
clásico de Ramón Solís, pionero, en cierto modo junto a Adolfo de Castro, de
los estudios de la vida cotidiana del siglo XIX gaditano.