Texto por cortesía de Alvaro Sánchez Tello.
Mi primera visita a tierras vascas, concretamente San Sebastián (o Donostia, allá cada uno), me ha dejado múltiples imágenes para el recuerdo, pero sin duda han sido tres los momentos memorables. El primero de ellos tuvo lugar la tarde de la llegada a la ciudad por parte del autor del presente blog y un servidor. Fue a eso de las 17 h., más o menos, cuando con mochila en mano y después de pasearla por gran parte de la ciudad decidimos marchar al hotel Nicol´s (¡ay que chatis había allí!). Para ello nos montamos en el autobús correspondiente con la soltura de un donostiarra más y le hago saber al señor chofer nuestro destino. Le pido por favor que nos indique la bajada ya que tenemos ciertas dudas, a lo que responde:
Santi y Alvaro desde el monte Urgull. |
(Leer con voz de Fito y cierto cabreo para darle más credibilidad)
- Vale vale, pero sentaros cerca que como os pongáis tan lejos no os veo.
Me quedo algo estupefacto ante su peculiar estilo expresivo y marcho a decirle a mi primo que nos sentemos cerca. Una vez estamos llegando, el amable chofer levanta la mano derecha y la agita llamando nuestra atención. Me levanto presuroso y le digo:
- Dígame.
A lo que me responde aún con más tono de cabreo que antes:
- ¡Espera! ¡Espera! Que te explico.
¡Pero hombre señor chofer, no se ponga así! (eso no lo dije, lo pensé, claro) ni que le hubiera atosigado... Ahí quedó este primer encuentro con la expresividad norteña.
Al día siguiente entramos en una tienda de instrumentos musicales y encuentro allí un pedal de bombo y unas baquetas que me gustaron. Me dispongo a preguntar al dependiente para que me asesore un poco:
- Perdone, estas baquetas sin punta ¿valen para batería?. (Yo sabía que eran más apropiadas para timbales pero pensaba que a lo mejor podían valer para batería). Reproduzco el resto de la conversación a continuación:
Dependiente: ¡Que vaaaa, eso no!
Servidor: Aaahh, es sólo para percusión (el dependiente asiente)… porque claro, la resistencia de la madera no es igual y… (trato de entablar conversación pero no surge ¡Leñe!) …Mmm, bueno. ¿Y estas baquetas con la punta pequeñita?
D: Pufff, estaaaass… bueno, puede valer, pero es que esto es más para jazz (le faltó decir “¡pero si tú no tocas jazz!”)…
S: aaajam. Vale. Oiga y ese pedal de ahí ¿la maza podría ser entera de fieltro? Más tradicional vaya.
D: Sí bueno, pero ésta está muy bien; tiene su parte de fieltro y por detrás es plástico para dar otro efecto…
S: Pero ese plástico maltrata mucho el parche ¿no?
D: Tsss, antes las mazas eran de madera, eso sí que maltrata el parche.
Bueno, bueno, bueno, es verdad que yo era pesado pero ¡leche! Qué manera de explicarse. Además con ese tonillo de cabreo parece como que te están riñendo. Igualmente, al día siguiente fui y compré todo. Ya le había cogido cariño al dependiente.
Pero para riña, la última situación. Vamos camino de un bar a fin de calmar nuestros ruidos estomacales y entramos en “Casa Juantxo”. Un bar lleno hasta los topes de ese tono de voz propio de la zona. Cuál fue mi sorpresa ante semejante cantidad de sonidos y movimientos, que Santi me hablaba y yo ¡ni puñetero caso!. Me quedé anonadado ante tal maravilla de jaleo. El colmo viene cuando voy a pedir y le digo al susodicho Juantxo:
- Una cerveza y un zumo de piña.
A lo que me responde (y esta vez creo que hasta cabreado de verdad):
- ¡Será una caña y un zumo!.
Lo que Juantxo diga, ¡cualquiera le discute!. Minutos después, entró un grupo de simpáticos chavales que con leves empujones venían a decirnos dos cosas: "u os vais u os aplastamos contra la barra". Elegimos la primera opción, claro.
En fin, entre risas nos despedimos Santi y yo de San Sebastián, una ciudad muy hermosa, con historia y con muy buena gente, aunque tardara en acostumbrarme a su forma de hablar. Volvería de cabeza.
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